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memories.

Actualizado: 30 jun 2020

Y cuando las galletas dejaron de saber a galletas, cuando se convirtieron en una mezcla de sábado a mediodía, después del catecismo en casa de la abuela (que siempre olía como vainilla y café), supe que no era la mejor; que siempre habría alguien más fuerte, más linda, más valiente, o alguien que fuera un poco más de “desastre”, aunque eso último sonara poco probable. Pero es que no necesitaba serlo, porque si de “mejor” se trataba, me bastaba con ser la mejor versión de mi misma. Que, si necesitaba un punto de comparación, fuera mi “yo” de ayer, porque eso era lo que había que superar. Me bastaba con verlo todo entre pestañas, sentir el aire golpeando, desde la comisura de mis labios hasta el último ángulo de mi cara. Eso era felicidad, y ahí me sentí completa.


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